Entiendo que algunos vendedores voraces intenten retrucar nuestros argumentos ante una negativa, pero lo cierto es que muchas veces deberían estar mínimamente despiertos como para percibir en que instancia de la compra se encuentra el cliente, y respetarla. Aun cuando la decisión es NO comprar.
Había recibido una invitación de mi madre y mi hermana a acompañarlas a comprar no se qué cosa. Se dirigirían a una zona comercial, y les pareció que podía interesarme el paseo. Acepte la oferta. Me pasaron a buscar, desayunamos en un lugar muy bonito, hasta ahí, todo muy rico, todo muy lindo.
Mientras ellas llevaban a cabo su minucioso plan estratégico para realizar todas las actividades no placenteras (ir al correo por ejemplo) en el menor tiempo posible, nos disponíamos a pispear vidrieras y hacer comentarios. Eso que hacemos las mujeres… miramos vidrieras y criticamos; objetos, ropa, personas, todo.
Por iniciativa de mi hermana entramos a un comercio de ropa femenina, relativamente teen. Si bien estoy más cerca de los 30 que de los veinte (más de lo que quisiera creo) me gusta en general el tipo de prendas que comercializan en dicha tienda, así que me dispuse a mirar. Teníamos la suerte de que se encontraran de liquidación, con lo cual, se hacía mucho más atractiva la búsqueda de algún producto lindo, inútil y a buen precio.
Entre el revoltijo de perchas encontré primero un color, después una textura, un material, un tacto que me gusto, empecé a mirar la prenda, me gustaba. Se trataba de un vestido, muy simple, de un material agradable, el corte me parecía interesante, y pensé que podia quedarme más o menos bien. Miré la etiqueta, el precio era muy bueno. Vale decir que cuando uno conoce sobre la manufactura del producto, y el costo de producción, no es fácil que pague cualquier precio por cualquier cosa. Menos yo, que soy bastante rata.
Percibí que no era momento de probarme ni comprarme nada y me hice caso.
Finalmente nos fuimos para continuar la recorrida, y me quedé pensando “No me costaba nada probarlo. Me voy a quedar con las ganas…”. Compartí con mis coequipers la situación y en el acto, como buenas coequipers que son, dijeron “volvamos y te lo probas, si no te gusta, ya esta, te sacaste el gusto; sino, es tuyo”. Así fue que retornamos. Lo busqué y me dirigí hacia la zona de probadores.
Sabía que ocurriría. Un ave de rapiña en forma de vendedora se lanzó sobre mi y dijo “ahh te vas a probar ese vestido, es divino, blablablabla”. No podría reproducir todo lo que dijo, porque de sólo intentar recordarlo me pongo de mal humor. No sólo no me hacía falta que dijera nada, sino que incluso, me estaba arrepintiendo de haber entrado al probador.
En el momento mismo en que deje caer la tela sobre mí, me di cuenta que NO lo iba a comprar.
No es que sea quisquillosa, pero hay ciertas características que uno sabe que deben cumplir las prendas que UNO desea utilizar. Para algunos es comodidad, para otros calidad, para otros la moda no incomoda… Para mí es una pequeña lista de detalles que este vestido parecía no cumplir en absoluto. Si una tela es muy suave y (por más holgada que sea la prenda) se pega al cuerpo mostrando hasta el tipo de costura utilizado para coser el elástico de nuestra ropa interior, queda instantáneamente fuera de lo comprable. No me gusta, punto. Si a eso le sumamos que el cuello volcado quedaba muy lindo en la percha y sin forma en mi cuerpo, menos todavía.
Entonces dije “mmm, no, no lo voy a llevar, la verdad es que no me gusta cómo me queda”. Pero claro… la vendedora estaba en llamas y no tuvo mejor idea que empezar a inventar adjetivos para describir lo fabuloso que se veía (en su mundo). Quería evitar mi cara de desconcierto, pero fue imposible. Mientras trataba de meter bocado a la voz de “si si, gracias, pero no” su verborragia no permitía que captara el mensaje... Y cometí el grave error de decir el motivo por el cual no lo quería… Entonces la vendedora dió un manotazo de ahogado. En este caso, manoteó un cinturón.
Me dijo “ah bueno, pero no se te marca mucho, además ahora se usa (¿?) si no, mirá, te ponés una “faja” como ésta que esta divina y ni se nota”. Para colmo de males, la “faja” o cinturón ancho, hablando en criollo, era bastante horripilante, y tenía menos que ver con el vestido que el culo con la cabeza.
Mi cara de desfiguró y miré a mi hermana buscando sentirme acompañada por algún ser normal que pudiera servirme de referente de que lo que estaba pasando era real.
Rápidamente, mientras se dirigía con el asco de cinto hacia mí, le dije “no no, gracias, de verdad que está bien, pero no lo voy a llevar” me intenté dar vuelta para meterme en el probador y salir corriendo de ahí. Digo intente, porque no lo conseguí.
Antes de lograr pivotar sobre mi pierna derecha me encontré con un obstáculo… un ser humano agachado con los brazos elevados… si, en sus brazos había un cinto horripilante, quién iba a ser?... Estaba agotando recursos, pero esto era demasiado. Antes de que pudiera darme cuenta rodeó mi cintura con el cinto horripilante y lo ajustó… Yo estaba tentada de reírme pero no lo hice, por respeto. La respete hasta en las ultimas eh!...
Ella, muy contenta con su labor, me miró como hacen las vendedoras, por el espejo, para que uno también se mire… De pronto me vi a mi… con mis dudas existenciales, parada, disfrazada con un vestido que no quería, un cinturón horrendo y una psicópata de la venta compulsiva sonriéndome en el espejo. Imagen triste si las hay, triste porque no tenía nada que hacer ahí… Me decidí, la mire y le dije, “no, en serio no” me vestí lo más rápido posible mientras la escuchaba balbucear por detrás de la cortina, pero la mutié en mi mente. Salí disparada del lugar.
No tuve muchas ganas de seguir mirando nada, la recorrida llegaba a su fin…