miércoles, 29 de septiembre de 2010

El vendedor sordo

Entiendo que algunos vendedores voraces intenten retrucar nuestros argumentos ante una negativa, pero lo cierto es que muchas veces deberían estar mínimamente despiertos como para percibir en que instancia de la compra se encuentra el cliente, y respetarla.  Aun cuando la decisión es NO comprar.

Había recibido una invitación de mi madre y mi hermana a acompañarlas a comprar no se qué cosa.  Se dirigirían a una zona comercial, y les pareció que podía interesarme el paseo.  Acepte la oferta.  Me pasaron a buscar, desayunamos en un lugar muy bonito, hasta ahí, todo muy rico, todo muy lindo. 

Mientras ellas llevaban a cabo su minucioso plan estratégico para realizar todas las actividades no placenteras (ir al correo por ejemplo) en el menor tiempo posible, nos disponíamos a pispear vidrieras y hacer comentarios.  Eso que hacemos las mujeres… miramos vidrieras y criticamos; objetos, ropa, personas, todo.

Por iniciativa de mi hermana entramos a un comercio de ropa femenina, relativamente teen.  Si bien estoy más cerca de los 30 que de los veinte (más de lo que quisiera creo) me gusta en general el tipo de prendas que comercializan en dicha tienda, así que me dispuse a mirar.  Teníamos la suerte de que se encontraran de liquidación, con lo cual, se hacía mucho más atractiva la búsqueda de algún producto lindo, inútil y a buen precio.

Entre el revoltijo de perchas encontré primero un color, después una textura, un material, un tacto que me gusto, empecé a mirar la prenda, me gustaba.  Se trataba de un vestido, muy simple, de un material agradable, el corte me parecía interesante, y pensé que podia quedarme más o menos bien.  Miré la etiqueta, el precio era muy bueno.  Vale decir que cuando uno conoce sobre la manufactura del producto, y el costo de producción, no es fácil que pague cualquier precio por cualquier cosa.  Menos yo, que soy bastante rata.
Percibí que  no era momento de probarme ni comprarme nada y me hice caso.

Finalmente nos fuimos para continuar la recorrida, y me quedé pensando “No me costaba nada probarlo.  Me voy a quedar con las ganas…”.  Compartí con mis coequipers la situación y en el acto, como buenas coequipers que son, dijeron “volvamos y te lo probas, si no te gusta, ya esta, te sacaste el gusto; sino, es tuyo”. Así fue que retornamos.  Lo busqué y me dirigí hacia la zona de probadores.  

Sabía que ocurriría. Un ave de rapiña en forma de vendedora se lanzó sobre mi y dijo “ahh te vas a probar ese vestido, es divino, blablablabla”.  No podría reproducir todo lo que dijo, porque de sólo intentar recordarlo me pongo de mal humor.  No sólo no me hacía falta que dijera nada, sino que incluso, me estaba arrepintiendo de haber entrado al probador.
En el momento mismo en que deje caer la tela sobre mí, me di cuenta que NO lo iba a comprar.

No es que sea quisquillosa, pero hay ciertas características que uno sabe que deben cumplir las prendas que UNO desea utilizar.  Para algunos es comodidad, para otros calidad, para otros la moda no incomoda… Para mí es una pequeña lista de detalles que este vestido parecía no cumplir en absoluto.  Si una tela es muy suave y (por más holgada que sea la prenda)  se pega al cuerpo mostrando hasta el tipo de costura utilizado para coser el elástico de nuestra ropa interior,  queda instantáneamente fuera de lo comprable.  No me gusta, punto.   Si a eso le sumamos que el cuello volcado quedaba muy lindo en la percha y sin forma en mi cuerpo, menos todavía. 
Entonces dije  “mmm, no, no lo voy a llevar, la verdad es que no me gusta cómo me queda”. Pero claro… la vendedora estaba en llamas y no tuvo mejor idea que empezar a inventar adjetivos para describir lo fabuloso que se veía (en su mundo).  Quería  evitar mi cara de desconcierto, pero fue imposible.  Mientras trataba de meter bocado a la voz de “si si, gracias, pero no” su verborragia no permitía que captara el mensaje...  Y cometí el grave error de decir el motivo por el cual no lo quería… Entonces la vendedora dió un manotazo de ahogado. En este caso, manoteó un cinturón. 

Me dijo “ah bueno, pero no se te marca mucho, además ahora se usa (¿?) si no, mirá, te ponés una “faja” como ésta que esta divina y ni se nota”.  Para colmo de males, la “faja” o cinturón ancho, hablando en criollo, era bastante horripilante, y tenía menos que ver con el vestido que el culo con la cabeza. 

Mi cara de desfiguró y miré a mi hermana buscando sentirme acompañada por algún ser normal que pudiera servirme de referente de que lo que estaba pasando era real.
Rápidamente, mientras se dirigía con el asco de cinto hacia mí, le dije “no no, gracias, de verdad que está bien, pero no lo voy a llevar” me intenté dar vuelta para meterme en el probador y salir corriendo de ahí.  Digo intente, porque no lo conseguí. 

Antes de lograr pivotar sobre mi pierna derecha me encontré con un obstáculo… un ser humano agachado con los brazos elevados… si, en sus brazos había un cinto horripilante, quién iba a ser?... Estaba agotando recursos, pero esto era demasiado.  Antes de que pudiera darme cuenta rodeó mi cintura con el cinto horripilante y lo ajustó… Yo estaba tentada de reírme pero no lo hice, por respeto.  La respete hasta en las ultimas eh!...

Ella, muy contenta con su labor, me miró como hacen las vendedoras, por el espejo, para que uno también se mire… De pronto me vi a mi… con mis dudas existenciales, parada, disfrazada con un vestido que no quería, un cinturón horrendo y  una psicópata de la venta compulsiva sonriéndome en el espejo.  Imagen triste si las hay, triste porque no tenía nada que hacer ahí… Me decidí, la mire y le dije, “no, en serio no” me vestí lo más rápido posible mientras la escuchaba balbucear por detrás de la cortina, pero la mutié en mi mente.  Salí disparada del lugar.

No tuve muchas ganas de seguir mirando nada, la recorrida llegaba a su fin…

miércoles, 14 de abril de 2010

De ortodoncia, anteojos y demás simpatías


No sé muy bien, y tampoco investigué demasiado como para poder asegurar si es una cuestión pertinente a mi generación o es algo universal.  El momento de la infancia en el que de repente nos gustaría “usar aparatos”, “tener anteojos” o haber estado por algún motivo “enyesado”.
Yo por suerte (toco madera) nunca cumplí el sueño del yeso; pero tuve la dicha de usar aparatos.  Tuve de esos que “se ponen y se sacan”.  Que no te corrigen los dientes, pero te hacen babear como un rottweiler.   Ojo, no los llevaba al colegio… los usaba sólo en el ámbito hogareño.   De los fijos también usé, pero lamentablemente en una edad terrible como es el inicio de la adolescencia (aprovecho para mandarle un saludo al chico, que ahora debe ser un hombre pelado, quien fuera mi “primer beso”, y decirle que espero recuerde mis brackets con cariño).  Me los sacaron relativamente rápido, y mis dientes lentamente volvieron al libre albedrío odontológico post ortodoncia.
El tema de los anteojos no me abandonó aun. Estando en edad escolar fui al oculista. Mejor dicho fuimos, porque la consulta también valía para mi hermano.  El sufrió mi persecución hasta el inicio de la adolescencia;  materializada en la copia insistente de todo lo que él hacía, quería hacer… o casi todo.  Obviamente los dos queríamos saber si teníamos que usar anteojos o no.  El oculista explicó: “imagínense que el ojo es una pelotita bien perfecta, bueno, ustedes no la tienen tan perfecta, para eso van a tener que usar anteojitos”.  Que tierno… ¿no?  Igual sonaba tierno, porque era un tipo que se divertía deslizándose por todo el consultorio con la silla de escritorio; y porque nos estaba diciendo que si al anteojo.
Fuimos escoltados hacia la óptica del barrio en donde se exponía ante nosotros un mundo.  Pero como en la vida no todo es color de rosa y los anteojos se pagan, nuestro espectro elegible se redujo a tres o cuatro marcos diferentes.  Sólo teníamos a disposición a los metálicos, y en especial a los más fuleros.  Indecisa, como siempre, terminé de decidir en el momento que mi querido hermano eligió los suyos (plateados) y yo elegí los mismos, pero doraditos con marrón, muuuy feos.  Pero estábamos contentos…Pasaron los años, dejé de usarlos con cariño, dejé de usarlos literalmente.  La realidad es que no era una necesidad imperante en ese momento, así que los abandoné.  
Una vez entrado el colegio secundario, empecé a notar algunas situaciones extrañas.  Dolores de cabeza post horas de lectura, fruncimiento de ceño ante letras lejanas pequeñas y sobre todo: imposibilidad de cambiar el foco con rapidez después de hacer una actividad que utilice la vista cercana.  Para aquel que nunca lo padeció: estás leyendo y de pronto alguien te habla, levantas la vista y no ves una puta mierda,  tardás un ratito en poder enfocar correctamente.
Y claro, era la vista, pero ahora ya no me daban ganas de usar anteojos.  La elección del marco se redujo a una cuestión física: pestañas largas + cachetes regordetes + nariz de tabique sumiso.  El resultado: si el marco es muy grande, me toca los cachetes. El tabique sumiso no sostiene lo suficientemente bien como para que el anteojo quede en una posición fija. Si me los trato de subir mucho se chocan las pestañas al cerrar los ojos. Entonces me elegí los que pude.  Unos que tienen un look bastante infantil y bastante ortopédico a la vez.  Los usé muchísimos años para leer o trabajar en la computadora, siempre en el hogar.  Creí haberlos perdido, me compré otros, encontré lo anteriores, los uso alternando por épocas, siempre en el hogar.
Viajo frecuentemente en transporte público y no tengo emepetrés, aprovecho para leer.  Sin anteojos claro, en publico no.  Últimamente vengo notando que debería evitarme el dolor de cabeza post bondi/tren usándolos ahí también.  Pero… creo que no estoy preparada para pasar a ser una persona “con anteojos”.
Recién una amiga me decía “es como que uno está mostrando una debilidad”.  Qué genia, la cagó bien cagada, ahora ni mierda que me los pongo…   
Bueno, igual ella es miope, que es otra cosa, ellos sufren desde chicos, están acostumbrados…

martes, 13 de abril de 2010

Algunas frases geniales de madres, también geniales…







-“Ayy mira, no sabemos todavía si es que están haciendo todos los pantaloncitos con una pierna larga a propósito o tenés una pierna más corta hijo”
Madre primeriza a su pequeño de tan solo un mes de vida.






-“No no no, tatuajes no. Después del tatuaje viene la marihuana”
Madre de cuatro hijos. Vale decir que todos sus hijos ya tienen un tatuaje en el cuerpo. Me consta que la marihuana llegó antes…


-“Vos siempre fijate que te abran la Coca-Cola enfrente tuyo, le pueden poner marihuana”
Abuela a nieto. La respuesta del nieto fue contundente, se fijaría atentamente a que no le arruinen ni la Coca-Cola, ni la marihuana.



-“Si me siguen rompiendo las pelotas las voy a mandar a… a… a… ¡Cancún!..(Cara de sorpresa)…… PERO INVERTIDO”
Madre que intenta amedrentar a sus hijas fastidiosas enviándolas a Cancún Invertido.

-"Mirá, es simple como la empanada de carne; el relleno es mitad carne, mitad cebolla"

Madre dando consejos de vida a su hija mediante analogías gastronómicas.

-“¿esto es el emepetrés?”

Madre a su hija sujetando un ojo de gato para ciclistas.

-“Mirá querida si a vos te saca a bailar un chico y sentís algo duro en la pierna, empujalo”

Madre dándole clases de educación sexual a su hija en los años 50. Vale decir que la hija bailó con un chico, sintió algo duro en la pierna y lo empujó. Era la billetera.

Biología+Cultura


Si algo confirma que cada ser humano es único e irrepetible son las vivencias biológicas que tenemos como seres vivos. En todos por igual, pero cada uno tiene su historia personal del hecho en cuestión. Tiempo y lugar contextualizan a cada generación, y lo que termina de ponerle la frutilla al postre irrepetible es el contexto cercano, la cultura que nos crió: la familia.

Algunos episodios se diferencian del resto y se hacen memorables ya que han tomado una relevancia y valor simbólico en la sociedad por su carácter de iniciales, la marca de una nueva etapa del crecimiento del individuo.

Cuando tenía aproximadamente 9 años, ya me veía como de más edad. La altura y el hecho de ser “grandota” (palabra odiosa que se usa para decir gorda de manera encubierta) me hacía ver un tanto diferente a la media de las chicas de mi edad. Se decía que estaba “más desarrollada”, cosa que tampoco me agradaba mucho oír si por desarrollo entendemos: tener que usar corpiño y suplicarle a tu madre que te deje depilarte porque ya no da para más andar con esa cabellera en las piernas. “Pero si son pelitos rubios mi amor”; si mamá, dale, andá y decile eso a los pibes de 7mo que me joden en el recreo…

En esos años mi mamá, que es médica además de mamá, me dió a conocer algunas cuestiones acerca de los cambios en el cuerpo femenino por si acaso me estuviera por pasar. Y claro, su hermana es ginecóloga, ¡qué mejor que llevarme al consultorio para que me cuente con gráficos y tecnicismos todo acerca del tema!

Yo no quería saber nada con esa mierda que me estaban contando, lo único que me faltaba, una cosa más para ser la nena que parece más grande. Ahora ya sabía que había pruebas mucho más contundentes que podían aparecer…

Después de haber sido instruida pasó un tiempo largo, meses, en los que cada vez que sentía algún dolor abdominal o en los pechos, rezaba a la voz de “no, no, por favor, todavía no, la puta madre”. Dos por tres, el recordatorio de madre o tía entusiasta: “¿y? Mirá que en cualquier momento, eh! ¡Ya estás lista!” Pero por favor, ¡que no quiero hablar de eso con ustedes!

Y claro, yo ni sabía si mis amiguitas estaban enteradas, así que mutis. Era como saber que papa Noel no existe, no da ir por la vida desvirgando oídos de niños desinformados. Además, en esa etapa, los niños éramos crueles, y cualquier cosa podía ser motivo de difamación, burla y hostilidad.
Un día: la vivencia inevitable del ser humano. Vas al baño, como de costumbre… y hay un indicio. Nervios, la puta madre, ¿qué hago ahora?

Ya me la veía venir así que dejé que la corriente me lleve. Desde el inodoro abrí la puerta levemente y le grité a mi madre que viniera. Obviamente no me preguntó desde el otro lado sino que entró. Las madres no entienden de la intimidad de los hijos, mucho menos mi adorada madre. La mire, y casi llorando dije “¿es?”. Casi se desmaya de la emoción, y yo casi me desmayo del asquete que me daba ser abrazada alegremente sentada triste en un inodoro. ¡Que no quería ser grande antes que los demás!

El trauma de pasar a una etapa de madurez porque el cuerpo lo dice. Es lo que me tocaba, a fumármelo.

Me pusé esa cosa horrenda a la que se le suele llamar “toallita” (hoy se las puede conseguir en espesores ínfimos, en ese entonces eran bien llamadas “panchos”, calculo que por el tamaño extra large). Salí caminando cual cowboy recién bajado del caballo, y habiendo hecho tan solo unos pasos hacia la cocina se escucha sonar el teléfono.

Atiendo, es la voz de mi abuela, parece estar contenta. No recuerdo bien que dijo antes ni después, pero recuerdo las palabras “felicitaciones, una señorita más en la familia”. ¡Qué horror! ¿Qué le debía decir? ¿Gracias?, ¿gracias por felicitarme por algo que desearía que no hubiera pasado? ¿Gracias por esta situación incómoda? ¿Gracias por hacerme saber que mi mamá no puede mantener la boca cerrada ni lo que tardé en salir del baño?

No sé que le contesté, ni que le contesté a las siguientes cinco o seis personas, mujeres claro, que llamaron durante el resto del día. Lo que si se es que ese día me esgunfié bastante, hasta podría decir que fue el primer día de mi adolescencia. No por el cambio físico, porque me daba bronca ser parte del clan.

Después creces y se te pasa. Ahora me acuerdo y me da risa, pero que tirria me agarré. Con el tiempo mis amigas fueron cayendo también, y ya esas cosas las hablábamos con amigas.

Por suerte entendí que mi vieja quiso hacérmela fácil en cierto modo. Ella un día allá por los años ´50 se despertó, vió sangre en la sábana y pensó que “se había lastimado”. Esas cosas no te las decían hasta que no era estrictamente “necesario”. 

SUFRIMIENTO AUTOINFLINGIDO (II) “Si te gusta el durazno aguántate la pelusa”…o comprate pelones...


-Tratar de aprender a andar en patineta después de los 16 años.    Ya decirle patineta al “skate” es no pertenecer en absoluto a la era de la patineta. ¿Por qué hay gente que insiste en ponerse en esa situación ridícula de intentar hacer algo tan difícil? Andar en patineta no es como andar en bici, porque tiene el plus de andar con onda que es excluyente. Uno puede andar en bici así nomas o saber truquitos, pero subirse a una patineta y andar sin gracia, es al pedo total. Si andar sin gracia demanda miles de caídas y horas de intentarlo, imaginate para hacerlo encima con onda… No va, si ya no sos un pendejo, no está justificado que andes por la calle haciendo el ridículo, aborta la misión.


-Seguir intentando ir al gimnasio cuando uno sabe que no es para uno.  Otra vez te mentís, te anotás, te calzas la joggineta y vas. Una vez ahí te empezás a acordar por qué no vas nunca, y te das cuenta que sos la única persona que esta vestido con ropa que también usarías para pintar tu casa si fuera necesario. Uno no tiene pinta de gimnasio, porque no es de gimnasio y punto, así que no te importa y decís “ma si, no voy a dejar esta vez. Vengo con esta joggineta que parece cagada porque es lo de menos, yo vengo a hacer ejercicio”. Mmmm, ¿posta? si arrancás con la bici y a los diez minutos te relojeas en el espejo y estas más rojo que un tomate de huerta orgánica, y todos sabemos que es porque prescindís del ejercicio, porque te embola y no corres ni el bondi… Bue, igual la seguís remando, porque no querés abandonar el primer día, así que pasás a la cinta. Todo genial, pero tenés que bajar. Claro, para ellos que están acostumbrados es fácil pero para vos es más fácil bajarte y sufrir un accidente que caminar los primeros 4 pasos sin marearte. Así que, ahorrate esos 4 meses de cuota en los que vas a ir abandonando lentamente. No vas a cambiar ni un centímetro de cuerpo en tan poco tiempo y con tan poca constancia.

-Esto daría para largo, pero en pocas palabras: Te enganchás con el Che Guevara y en cuanto empezás a salir, querés que se afeite la barba. Es el colmo del masoquismo y abarca a la totalidad del universo femenino. Te encanta que sea tan misterioso, pero después te rompe soberanamente las pelotas que no te conteste cuando lo llamas. Te encanta que sea tan tierno, hasta que se convierte en un meloso. Te encanta que se interese por vos, pero no querés que te invada. Lo peor de esta situación es que la vimos venir pero otra vez pensamos que “esta vez” no iba a pasar. Blablablá, después nos dicen que las mujeres somos jodidas, ¿nada más? Se podría decir que las minas tenemos una especie de doctorado en temas de sufrimiento autoinflingido agravado por la profecía auto cumplida. “Este me va a cagar”…. ¿entonces para que seguís? ¿Para qué después decir “yo sabía”?

Y ahora, una personal.
Sé que lo mejor para descansar bien es tomarse el tiempo para “bajar” un poco, bañarse, ponerse el pijama o lo que sea que uno use para dormir, hacer el ritual que a uno le plazca (mirar una película, leer, ponerse cosméticos, y todas esas cosas…), meterse en la cama y dormir. Pero no, yo el 70% de las veces me reúso a todas o alguna de ellas.
El caso extremo es dormirme en el piso del living… si si, en el piso, o en algún almohadón. Lo fundamental es que si me despierto de noche, me sigo quedando ahí… No tan extremo seria dormirme sobre la cama, pero con la ropa así como vengo del día, incluido el calzado. Y una situación que es casi inevitable pero estoy tratando de cambiar es: aun sabiendo que cambié las sabanas y tengo los pies sucios “me da fiaca, me baño mañana”. Si, horrible, ya sé… lo estoy intentando...

Al día siguiente soy una muerta viva, dolor de cuello, malestar y mucho pero mucho malhumor. 

SUFRIMIENTO AUTOINFLINGIDO (I) Si no se es masoquista, uno es tonto o se hace??


¿Cuántas veces nos encontramos pensando en que somos infrahumanos cuando no por error sino por falta de raciocinio cometemos acciones que terminan convirtiéndose en sufrimiento autoinflingido? Sabíamos que iba a pasar, ya nos había pasado, y lo hicimos igual… Hay miles, acá dejo algunos.

-El momento de la ingesta del bolo alimenticio a temperatura no recomendada.
Una madre gritaría “está que pela!”. No hacemos caso, lo engullimos igual, propinándonos todo tipo de lesiones a paladar, lengua, y tranquea. Uno tiende a pensar que nada puede estar taaan caliente, o que con el contacto con la saliva la temperatura va a mermar. Error, nos quemamos, y quedamos impedidos a sentir ningún tipo de sabor por algunas horas/días. No importa cuánto abra uno la boca y deje circular el aire, hay gente que incluso se abanica con la mano como si esto fuera una solución. La zona de contacto se quema señores.

-La ingesta de un bolo alimenticio de tamaño excesivo.
Al ítem anterior le toca muy de cerca, el protagonista es el mismo, la comida. ¿Qué nos pasa que no nos damos cuenta que, si la boca ya advierte que el bocado esta excedido en volumen, igual lo tragamos? Ya no hay retorno, hace su lenta procesión, mientras nosotros nos hacemos conscientes del trayecto que hace la comida hasta llegar al estomago sintiéndola como si fuese del tamaño de una pelota de tenis.

-Ni hablar que la suma de los dos anteriores es un buen justificativo para pensar seriamente en volverse anoréxico por fobia a los alimentos.

-Sujetar objetos que sabemos que tienen una temperatura elevada sin ayuda de algún accesorio.
Para algo existen esas “cositas” tejidas en forma circular, o un repasador, o lo que sea. El problema es que al simple tacto quizás no sea un calor insoportable, pero si le agregamos la presión de la mano y un tiempo considerable es evidente que nos vamos a quemar. Ejemplos comunes: sujetar la olla mientras colamos los fideos, o la pava y por supuesto tomar un alimento caliente (si es pan la quemadura es inminente) para llevarlo velozmente a la boca (ver primer ítem).

Saliendo del ambiente culinario se pueden encontrar muchos otros, como

-Ponerse otra vez esa prenda que sabemos que nos aprieta o genera incomodidad, pero seguimos creyendo que esta vez no lo hará.
“Se va a estirar”, “no me queda tan corta”, blablablá y muchos mas blablablases. Solo conseguimos pies lastimados, circulación cortada, problemas para respirar, mostrar partes del cuerpo que no era idea dar a conocer, etc. Se agrava la situación si de la prenda que hablamos es una remera, y es una de esas que “transpiran solas”. Te la pones, recién bañado, y al instante huele a fugazzeta.

-Hacer un esfuerzo físico para el que no estamos preparados, sea por destreza, conocimiento de la técnica o capacidad.
No sabemos lo que es elongar y pretendemos levantar peso y que al día siguiente no nos duela nada. De todo te puede pasar haciendo algo así, igual lo haces, porque no te parece tanto. Se complica cuando empezás a ver que a tu edad ya no se recupera como antes, es más, que te podes joder bien jodido por haberte hecho el genio jugando con un sobrino.

-Tenías que llegar temprano, te pusiste el despertador y lo apagaste, ódiate, porque la culpa es solo tuya.

Y ahora tiro una, que es muy personal, pero quizás alguien me acompañe en el sentimiento.
“Anda al baño” me dicen los que me conocen y saben que si cruzo las piernas en forma ridícula o hago algunos movimientos reiterados con los miembros inferiores es porque mi cuerpo pide ir al baño y yo no lo escucho. Tengo como una fijación nefasta desde que era chica: me embola ir al baño a pillar. No sé, me da fiaca, pierdo tiempo, me distrae, etc. Entonces, como estoy acostumbrada a “esperar” para ir (y con esperar me refiero a decir “uh, tengo que ir al baño, bueno, voy en un rato” y después olvidarme), cuando realmente mi vejiga no aguanta más, es ahí cuando voy. Cualquier ser humano con mínima instrucción sabe que esto es una aberración para el cuerpo. La vejiga se acostumbra y no avisa, o sea, solo sentís ganas de hacer pis, cuando ya estas casi al punto de mearte y entras en la cuenta regresiva. A mí me pasa eso, y elabore una especie de danza inconsciente donde mis piernas se mantienen entretenidas y evitan que moje mis vestiduras… Si, un desastre. Ojo, no me pasa muy a menudo, pero me he meado de grande, lo confieso. No está bueno.

Ah claro, ahora resulta que soy un asco, porque mandarse un pedazo gigante de comida caliente es re normal y civilizado!!!!!! Dale que seguro que con esa estabas de acuerdo…

Interfaz compleja


Llegar desde la calle a mi casa debería no ser muy complicado. Las casas indefectiblemente tienen pensado algún tipo de acceso, por lo tanto tienen pensado que alguien efectivamente entre.

Mi casa tiene la particularidad de ser un departamento pero sin vecinos. Es una esquina, con local abajo. Lo usan como depósito, sólo tengo contacto con ellos cada mil años cuando alguien entra. El “contacto” es que oigo el sonido de la puerta.

Para acceder desde la calle hay una puerta que da un pasillo donde se divisan otras dos puertas, cada una con reja. La mía es la del fondo. Después de mi reja hay una puerta de madera, vieja, con vidrio repartido. Recién del otro lado yo diría que “es mi casa”, aunque en el pasillo compartido hice pintar una guarda excesivamente psicodélica ( ellos nunca vienen, no creo que les moleste).

Este trayecto que incluye sortear 3 puertas es de solo dos metros. Ha generado alguna que otra vez tarareos de la canción del agente 86 (si estas en edad de ser flogger seguro pensás que hablo de la película, no no, hablo de la serie, yo la veía). La reja tiene dos cerraduras, obviamente uso una sola. Es como un poco mucho.

Un detalle más: la luz. Interruptor a mitad del pasillo. Volverse, cerrar la primer puerta, volverse, abrir la reja, abrir la puerta de madera, prender la luz de adentro, volverse apagar la luz, cerrar la reja y cerrar la puerta.

Ya dentro nos espera un poco más de pasillo, del mismo ancho (el de una puerta y monedas) y del largo justo para que entre una bicicleta de adulto. Después una escalera, muy cómoda, pero… escalera al fin.
Pero llegar a la escalera no es tan simple, y eso es culpa mía. Parece que he destinado últimamente este espacio a amontonar algunas cosas que por equis motivo quiero tener cerca de la salida. Alguna pertenencia de alguien para devolver, un perchero desarmado para llevar al taller, etc. No olvidemos que si dije que de largo entra una bici, es porque efectivamente, hay una bici. La peor parte es el manubrio. Las instrucciones para entrarla y sacarla demandarían gráficos para acelerar la explicación, así que los voy a obviar.

Hoy entrando caí en la cuenta de que mi casa tiene una interfaz con el exterior bastante jodida, no imposible, pero complicada, y donde no lo es, la tuneo para conseguirlo. Yo no tengo perro, así que en este caso no hay perro que se parezca al dueño, y el gato Rubén no se me parece, los gatos son más vivos.

Así que: ¿podemos decir que las casas se parecen a sus dueños? En mi caso, al menos, es un voto positivo.